lunes, 13 de octubre de 2014
Salmo 63.1–2 oracion de David
Oración de David
¡Dios, Dios mío eres tú! ¡De madrugada te buscaré! Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela en tierra seca y árida donde no hay aguas, para ver tu poder y tu gloria, así como te he mirado en el santuario. Salmo 63.1–2
¡Acuántas generaciones habrán inspirado estas preciosas palabras, escritas por David hace más de 3.000 años! Nos sentimos atraídos por el salmo porque el poeta logra captar con sus frases los sentimientos que nosotros apenas logramos expresar con muchos rodeos.
Estamos acostumbrados a proclamar nuestra devoción a Dios por medio del canto, la oración y la comunión con otros santos. Cuando la vida se nos presenta sin mayores contratiempos, estas palabras fluyen sin dificultad de nuestros labios. Sospecho, sin embargo, que la expresión de nuestra pasión tiene más que ver con lo agradable de nuestras circunstancias que con una verdadera entrega a la persona de Dios.
El momento en el cual David escribió este salmo fue enteramente diferente a lo que normalmente nos toca vivir a nosotros. El subtítulo del salmo dice que fue escrito cuando David se encontraba en el desierto de Judá. Hubo sólo dos ocasiones en las cuales pasó por el desierto. Una de ellas es cuando huía de Saúl, buscando refugio en las cuevas y las hendiduras típicas de la región. La segunda oportunidad fue cuando Absalón se levantó en rebelión y le quitó el trono.
El rey tuvo que huir con lo que tenía puesto. El relato bíblico nos dice que David llegó al desierto sucio, cansado y hambriento.
Si nos detenemos un instante a meditar en estas escenas podremos apreciar de una manera enteramente diferente el peso de las palabras de David.
No es lo mismo decirle a Dios que él es nuestro Dios cuando la mayor aflicción que hemos pasado es no haber comido por medio día o habernos mojado porque la lluvia nos sorprendió sin paraguas. Me refiero al hecho de que nuestras aflicciones, en su mayoría, no son más que momentáneas molestias. Pocos de nosotros hemos huido de una feroz persecución que tiene como objetivo ponerle fin a nuestra vida.
No sabemos lo que es sentirse completamente abandonado, sin tener dónde refugiarse ni a quien acudir para buscar socorro.
Medite otra vez en la primera frase de esta poesía: «¡Dios, Dios mío eres tú!» Esta es una declaración que tiene un profundo sentido porque David lo había perdido todo. Sin embargo, estaba afirmando que lo único que realmente valía en la vida era el Señor. Todo lo demás era como paja muerta. Estaba declarando que no le importaba ni la comodidad, ni la seguridad, ni el futuro. Ni siquiera le importaba la vida. Dios era, verdaderamente, su dios.
Esta capacidad de afirmar una entrega absoluta al Señor en los momentos más oscuros de la vida es la que destaca al gran líder. En el corazón de este líder no existen otros dioses. Para esta persona, Jehová es una pasión que opaca todas las demás cosas, incluyendo el brillo del ministerio.
Consideremos esto:
¿Dónde estaba el secreto de la devoción de David? Era un hombre que se había acostumbrado a buscar la comunión con Dios siempre («así como te he mirado en el santuario»). Con el tiempo esta disciplina lo convirtió en una persona cuyo cuerpo mismo gemía por la gloria del Señor
jueves, 9 de octubre de 2014
La lucha por la vida
La lucha por la vida
El ladrón no viene sino para hurtar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. Juan 10.10
Este pasaje pone de manifiesto el contraste entre las intenciones del buen pastor y el ladrón. Varias observaciones interesantes se desprenden de los diferentes objetivos que cada uno busca.
En primer lugar, es bueno que notemos que la estrategia del ladrón no está dirigida contra el buen pastor, sino contra las ovejas. Una creencia común en la iglesia es que Dios y Satanás están involucrados en una gran batalla cósmica, luchando sin tregua hasta el día del desenlace final. Esta perspectiva es falsa, pues Dios es Creador y el diablo es ser creado. No puede el enemigo levantarse contra Dios más de lo que una hormiga puede hacerle guerra a un elefante. La presa contra el cual se avalancha el diablo son aquellos que han sido creados a imagen y semejanza del Creador.
En segundo lugar, Cristo claramente enuncia cuáles son los objetivos de este ladrón. No ha venido para distraernos momentáneamente, ni para hacer más difícil nuestra existencia. No pretende, tampoco, subyugar nuestras vidas. Es un enemigo que tiene planes mucho más contundentes que eso. Él no descansará hasta que haya concretado la destrucción total de la persona.
Note la progresión en su estrategia. Lo primero que hace es robar. Cuando roba, se lleva todo aquello que es nuestra particular herencia como seres creados a imagen y semejanza de Dios; nuestra capacidad de experimentar vida espiritual, nuestra posibilidad de tener comunión y disfrutar de las manifestaciones de amor, nuestra facultad de experimentar gozo y paz, de ver la vida con esperanza. La ausencia de estas cosas produce terribles estragos en nuestra propia identidad y nos conduce a una vida plagada de conflictos y dolor. En una segunda etapa, no obstante, el ladrón se propone la muerte de la persona. Es decir, que la vida tal cual la ha creado Dios, cese de existir. Mas aún no descansará, pues el objetivo final de todo lo que hace es la destrucción del ser humano. En esto, hemos de entender que se refiere a la muerte eterna, que consiste en la pérdida absoluta de todo lo que nos distinguía como seres humanos.
Si tomáramos la misma construcción que usa Cristo para describir las actividades del ladrón, podríamos afirmar que el propósito del Hijo de Dios es la de dar, revivir y edificar. Es decir, su primer objetivo siempre es bendecir. Él se deleita en dar, aun a los que no lo merecen. Es un Dios que no descansa buscando a quién bendecir, porque su naturaleza misma se expresa en una generosidad sin reservas. A este acto de bendecir se le suma el deseo de otorgar vida, y vida en abundancia. Con esto, entendemos que Dios desea que vivamos en plenitud todas las dimensiones de la vida que nos ha dado, lo que incluye su expresión más sublime, que es la espiritual. A largo plazo, no obstante, Cristo está en el negocio de edificar para sí un pueblo santo, un reino de sacerdotes. Somos seres con un destino eterno y hacia él desea conducirnos el buen pastor.
CONCLUSION
Consideremos estas preguntas
¿Se podría decir que usted vive una vida abundante? ¿Por qué? ¿Cómo puede experimentar aún mayor abundancia en Cristo?
miércoles, 8 de octubre de 2014
Las obras que Dios preparó de antemano
Las obras que Dios preparó de antemano
Y al día siguiente, levantándose, se fue con ellos; y lo acompañaron algunos de los hermanos de Jope. Al otro día entraron en Cesarea. Cornelio los estaba esperando, habiendo convocado a sus parientes y amigos más íntimos. Hechos 10.23–24
Esta es, quizás, una de las mejores ilustraciones que encontramos en la Palabra de lo que significa el texto que dice: «pues somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas» (Ef 2.10). La historia de Pedro con Cornelio revela cómo el Padre, por medio del Espíritu, ordena todas las partes de una misma historia para que su desenlace sea conforme a la voluntad divina.
El objetivo de este plan era que Cornelio, y toda su familia, llegaran a conocer las buenas nuevas de Cristo. La Palabra nos dice que Cornelio era un hombre «piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo y oraba siempre a Dios» (Hch. 10.2). No cabe duda, entonces, que la primera acción de Dios fue movilizar el corazón de este hombre para que lo buscara.
Después de un tiempo, el Señor intervino por segunda vez, envió un ángel para que hablara con él. El ángel le dio instrucciones a Cornelio de que mandara a buscar a Pedro, quien le mostraría el camino a seguir. Mientras los mensajeros de Cornelio salían rumbo a la costa para buscar a Pedro, Dios comenzó su tercera acción, que era revelarle a Pedro, por medio de una visión, los planes que él tenía preparados para que el apóstol anduviera en ellos.
Luego de una momentánea confusión, Pedro accedió a ir. Mientras aún expresaba su aceptación de la consigna, llegaron los hombres a buscarlo, que también habían sido movilizados por la acción de Dios. Juntos, los tres retornaron a la casa de Cornelio donde, seguramente movido por Dios, el hombre había juntado a su familia y sus vecinos. El escenario estaba ahora preparado para que Pedro presentara a estas personas a Jesucristo.
¡El desenlace de esta historia era previsible! «Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso» (Hch 10.44). Todos los detalles habían sido cuidadosamente coordinados por el Señor para producir este fruto. Y estos son los detalles que nosotros conocemos de la historia. ¿En cuántas otras cosas habrá intervenido Dios para producir esta conversión?
¡El desenlace de esta historia era previsible! «Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso» (Hch 10.44). Todos los detalles habían sido cuidadosamente coordinados por el Señor para producir este fruto. Y estos son los detalles que nosotros conocemos de la historia. ¿En cuántas otras cosas habrá intervenido Dios para producir esta conversión?
A la luz del relato de la conversión de Cornelio y su familia, resulta casi cómico el exagerado rol que nos atribuimos en los acontecimientos del reino. Con demasiada frecuencia creemos que nosotros somos los que estamos «empujando la carreta». En realidad nuestra parte es muy pequeña. La fatiga que experimentamos viene cuando no somos concientes de lo que Dios está haciendo y creemos que estamos trabajando solos. La historia de hoy nos invita a relajarnos, a abrir los ojos para ver el obrar de Dios en los proyectos donde tenemos participación. Sobre todo, nos invita a desistir de querer planificar nosotros las obras en las cuales vamos a andar.
Meditemos :
La clave para participar en este tipo de ministerio es mantener una absoluta sensibilidad, en todo momento, al Espíritu. Sin esa sensibilidad, trabajamos a ciegas.
La clave para participar en este tipo de ministerio es mantener una absoluta sensibilidad, en todo momento, al Espíritu. Sin esa sensibilidad, trabajamos a ciegas.
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